En estos
días de trasiego navideño, de compras locas, de comidas demasiado copiosas me
fui a pasear por la Diagonal y con andares firmes pero lentos llegué a la calle
Marina, giré a la derecha y llegué a la
Plaza de Toros de la Monumental, mi coso, el coso barcelonés. La memoria es lo
que tiene y mis recuerdos aparecieron de forma vertiginosa. Cuantas tardes de
toros, de libertad, de saborear un buen puro y disfrutar de esas tertulias
taurinas tan enriquecedoras tanto en el léxico como en el fondo, en la
pulcritud y en el aseo. Los jóvenes, los antiguos, sentando cátedra, las caras
de aquellos chavales a los que les podía la ilusión y la pasión por la fiesta escuchando
boquiabiertos las vivencias de aquellos taurinos de antaño. Impagable era y es,
como impagable es el recuerdo. Menos mal que la memoria y la mente no te la
pueden secuestrar, cohibir, amedrentar
ni censurar. Disfruto del recuerdo. Me senté en la Gran Peña, catedral de las
tertulias taurinas, como en su día lo fue el Sol y Sombra ya desaparecido
desgraciadamente. Me senté en la terraza y saboree un Cohíba Churchill de los
de antaño y en el recuerdo, en mi pensamiento mantuve mis tertulias con
aquellos taurinos que ahora somos y nos sentimos huérfanos. A pocos metros ni los
camiones, ni los autobuses ni el tráfico vertiginoso consiguen tapar el resueno
de clarines y timbales, de las ovaciones y de aquel pasodoble tan torero
“Amparito Roca”, éste sigue resonando como en las conchas marinas se escucha el
sonido del mar. Las lagrimas siguen aflorando mezcladas al sudor de esas tardes
de calor, esas lágrimas que nos secábamos con el filo del pulgar cuando veíamos
una faena seria, un quite hecho a conciencia, un par de banderillas cuadrando
en el morrillo del burel, o ese tercio de quites y varas llevado con torería y
con maestría por el director de lidia…lágrimas de pasión y de arte para
aquellos que tenemos y seguimos teniendo amor por la fiesta.
El puro se
agotaba, manteniendo esa ceniza firme y dura, el café calentito entrelazó los
dos sabores y sentí mucha rabia por lo que a los taurinos nos han hecho, sentí
tristeza por la injusticia tan enorme de la que hemos sido víctimas.
Le di el
último vistazo, casi de reojo, pero en esa mirada le dejé cariño, cariño con cuajo,
ese cariño que le tengo a mi plaza y el profundo respeto que siento por ella.
Plaza que sigue erguida y ahora más que nunca porque desgraciadamente se ha
convertido en un monumento a la libertad robada.
Y la gente
me sigue preguntando ¿eres italiano…por qué te gustan los toros? Porque como
Hemingway, como Orson Wells y como tantos otros que han, hemos disfrutado del
arte de Cuchares y con un par seguimos amando la Fiesta, sin más, y ¡ya vale!
Desde el
Tercio de la Monumental de Barcelona, un fuerte abrazo.