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miércoles, 1 de febrero de 2012

Echo de menos....


Echo de menos aquellos años cuando ir al Liceo era un evento social. Llámenme ustedes casposo, me da igual.
Me gustaba ir al teatro los días de gala donde los trajes oscuros, los smokings, los trajes largos de las señoras, recién salidas de la peluquería, eran un espectáculo para la vista, se cuidaba al detalle la imagen. El aroma de los perfumes que se respiraba en el ambiente entrelazados al olor del teatro, ese olor antiguo de teatro importante te hacia respirar noches de ópera.
Echo de menos a aquellos acomodadores como el Sr. Garcés que, cuando sacabas una entrada de palco, si había una localidad vacía te colocaba. Echo de menos los antepalcos, donde si cerrabas la luz y abrías la puerta podías escuchar la ópera con una calidad de cinco estrellas. Echo de menos la acústica del teatro que siempre fue de las mejores, como añoro los descansos después de cada acto y los golpes de martillo de los “attrezzisti” montando el decorado del acto siguiente.  Los profesores de la orquesta en smoking  y las profesoras en traje largo, al director con frac. Las galas eran importantes, se respiraba ese ambiente que, por desgracia, no volverá a repetirse. El turno A era el de los estrenos, el de las galas y en aquellas épocas era el turno que todo el mundo quería. El turno T era el de la tarde, a ese turno estuve abonado muchísimos  años, tenía a mi lado a la hija de Cambó, señora de los pies a la cabeza, de una elegancia superlativa acorde a su simpatía. Incluso en el turno T, el de los domingos era difícil ver a alguien sin corbata: eran otros tiempos.
Echo de menos aquella vieja entrada de artistas, con aquel antiguo kiosco donde se vendían libros antiguos y la tienda de la Isabel donde muchas tardes después del cole iba a compartir la tertulia y donde se podían comprar grabaciones “piratas”. Como echo de menos aquellos años.
El turno T era el mío, pero iba a casi todas las funciones, algunas veces en el 5º piso, otras con entrada de palco colocándome en los pasillos de anfiteatro. Algunas veces el Sr. Garcés me colocaba, otras si encontraba a algún amigo o conocido de mis padres que tenían un palco de abono me invitaban y podía asistir al espectáculo sentado, si no de pié, era más joven, tenía más ilusión y las piernas aguantaban todo y más.
Añoro la decoración de los palcos, su glamur. Recuerdo un palco bañera, esos que estaban encima del foso de la orquesta,  que tenía dos fotos dedicadas, una de Mario Del Monaco y la otra de María Callas. Recuerdo aquel palco que tenía  un retrete propio y todos y cada uno de ellos eran diferentes ya que la decoración corría a cargo de los propietarios que los engalanaban a su gusto.
Echo de menos a aquel antiguo Liceo, algunas veces me había quedado solo en la sala, en silencio y será sugestión, será imaginación, pero se oían las voces, la música. Los tiempos pasan, la sociedad evoluciona y ahora tenemos un teatro moderno, sin personalidad donde gracias a la frase mal entendida “El Liceu de tots” (El Liceo de todos) vemos gente con chanclas y camisetas sin mangas, donde los shorts abundan y donde un señor con smoking y una señora en traje largo parecen ser los “fantasmas del Roxy”  como en la canción de Serrat. Les miran de arriba abajo, como si de un animal raro se tratara. Ahora incluso hay quien los tilda de gente que solo va a lucir y que no tiene ni idea, parece ser que para saber de ópera es necesario un atuendo progre, poco acorde con el teatro y su historia. Recuerdo que en el 5º piso había mucha gente que iba con traje y corbata.
Repito, llámenme casposo, retrogrado, antiguo, no me importa, me gustaba aquello, lo vivía, lo respiraba, lo disfrutaba, lo sentía.
El fuego es a lo que le tengo más miedo, porque lo destruye todo, todo menos la memoria y los recuerdos que nuestra mente atesora y guarda. Aquel día tan triste, aquel 31 de Enero del 1994,  el fuego se lo llevó todo menos los sentimientos y vivencias de aquellos que aun recordamos y vivimos el antiguo Liceo, aquel Liceo que dio noches memorables a Barcelona, grandes noches de ópera.
Saludos,
Aldo Mariotti

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