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miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Por qué estamos dejando de ir a la ópera?


Las tertulias son necesarias, abren la mente a cualquiera y ayudan sobre todo a las relaciones personales y a conocer inquietudes y pensamientos de todo tipo.
En una cafetería de Barcelona, todas las tardes, nos reunimos un grupo de amigos para tener una “happy hour”, así la bautizamos.
Mi gran amigo Tono es un gran aficionado y apasionado por el arte lírico, le encanta la ópera y ayer estuvimos hablando largo y tendido sobre este género.
Tono no es precisamente de los que se cierran en banda y es mucho más permisivo que yo en cuanto a los montajes escénicos se refiere, dicho sea de paso les diré que Tono es un diseñador y decorador de cinco estrellas y su nivel cultural es de primera fila. Admite todo tipo de nuevas experiencias, tendencias, gustos culinarios aunque en este caso tenemos auténticas trifulcas ya que es un valedor absoluto de la “nouvel cousine” y yo en cambio prefiero un buen cocido o unos garbanzos con bacalao y berzas.
He de decirles que el ínclito Tono es un cocinero fuera de serie y su tarta de queso, por citar uno de sus platos,   es una delicia absoluta para los sentidos. Les digo esto porque ayer, mientras hablábamos de ópera, él me dijo que había perdido mucha ilusión por ir al Liceo y que después de 25 años de abonado había decidido renunciar a este ya que lo que se hacía en el coliseo barcelonés le había cansado. Habló sobre todo de la “modernidad mal entendida” y en ese punto estuvimos de acuerdo. Antes corría como un loco para llegar a casa, cambiarse e ir al teatro, pero últimamente estaba bastante decepcionado y había dejado de tener tanto interés.
La modernidad no tiene nada que ver con la provocación o el mal gusto, por eso la llama la “modernidad mal entendida” y les aseguro que no es como yo, a él le encantaron cosas del ”Ballo in maschera” con la producción de Bieito y le gustó muchísimo el Lohengrin ambientado en un colegio, producciones que en cambio, me horrorizaron. Estoy de acuerdo que yo soy mucho más clásico, que prefiero producciones que se ciñan a la época y a las anotaciones escénicas escritas por el compositor. El problema es que el mal gusto es una cosa, pero el mal gusto con dinero es peligroso, peligrosísimo y esto es lo que se ve últimamente. Creación=0, chabacanería= 100. Buen gusto=0, hortera= 100. Millones de Euros tirados a la papelera para darle bombo y platillo a “régisseurs” que en muchos casos, y cito palabras textuales, la ópera les interesa poco o nada. Pero esta vorágine que ha sacudido a la ópera en  casi todo el mundo viene dada por el poder absoluto que le han dado a la producción y han dejado de lado lo que realmente es primordial en una ópera: la música y la voz.  El porqué es fácil de entender: si un escándalo o una provocación distrae el foco de atención sobre otras carencias alarmantes, adelante con él. Saber si un cantante es válido para cantar un determinado título es muy difícil y hay que saber mucho, en cambio montamos una producción hortera con mucho sexo y con incongruencias teatrales, la atención del público se verá desplazada, se montará la mundial y las voces, que es lo que realmente cuenta, pasarán a un segundo o a un tercer plano y todos tranquilos.
De todas formas el resultado está allí: la caída alarmante de abonados y de interés por la ópera. El público al final no es tonto y cuando va a la ópera quiere escuchar voces que le deleiten los oídos y no ver mamarrachadas sin pies ni cabeza, está harto de ver incongruencias, escenas provocadoras y de pésimo gusto. El respetable no va a la ópera para que le provoquen, va a la ópera para cultivar su pasión por el género y disfrutar con los artistas y la música. La mayoría del público quiere oír buenas  voces y ver cosas agradables, incluso modernas,  pero con coherencia y sobre todo con buen gusto. Si a un compendio de voces mediocres le sumamos una chabacanería escénica el resultado es el que hay y el que es. Y si me apuran más lo mismo pasa aunque se tenga un elenco artístico de primera. El respetable quiere escuchar el “auto de fe” del Don Carlo sin ruidos, sin gritos ni cosas fuera de contexto.
 Si quieren hacerlo que lo hagan,  pero en otros teatros; en los de  ópera no.
Saludos,
Aldo Mariotti

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