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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tarde de aroma......tarde de Romero

Este escrito lo tenía guardado, lo escribí hace ya un lustro y medio, es el recuerdo de una tarde de toros en Sevilla, una tarde de aroma, una tarde de Curro Romero, el Faraón de Camas.

Era una tarde de feria, de señorío, se respiraba y palpaba la importancia de esas tardes en la Real Maestranza de Caballería. Toreaba Curro, el arte dibujado en un lienzo, plasmado en oleo. Sevilla tiene ese duende, ese don especial que hay que vivirlo y sentirlo. Llegamos a la plaza, al coliseo del arte del torero.

En La Maestranza los capotes, las muletas, los palitroques, los castoreños, los caballos los arneses brillan más, se crecen en importancia, en belleza y en inspiración. El Paseíllo y lo escribo con mayúscula porqué verle un Paseíllo a Curro vale la tarde, la entrada, el puro y todo lo que se le ponga por delante, el andar de un torero, despacito y en cada paso asimilando la importancia, la responsabilidad y esperando recibir de esa arena sabia, pisada y regada con sangre la inspiración para derramar arte.

Cuando Curro camina se para el tiempo, el aire. La soberbia estampa de un hombre bregado, con cuajo y con un tarro, digo mejor con una tinaja de esencia esa que, cuando la abre, hace florecer las flores del parque de María Luisa. De azul cielo de Sevilla y oro, el traje como la piel, cuidado y esmerado hasta el último detalle. Abrió plaza Curro, le gustó el toro, se fue a por él, lo hizo cerrar en tablas y allí se empezó a fraguar una de las tardes más gloriosas del Faraón que yo recuerde, y al maestro le he visto muchas gracias a Dios. Abrió el capote como la mujer abre su abanico, para embrujarte, corto, con la bamba recogida, le anduvo despacito y lo citó. Cuando Curro cita se callan las golondrinas que en esos meses revolotean por todo el coso sevillano. Aquí se paró el tiempo, ¡12+1! Esas fueron las verónicas rondeñas que le propinó, una detrás de otra, ganándole terreno en cada estampa, en cada paso en cada obra de arte: “. La diferencia es que cuando Curro “echa la pata adelante” es como ver bailar a un primer bailarín del Marinsky. Picasso habría tenido un infarto, Hemingway habría acabado con la tinta de la pluma. Las que estábamos en el tendido, a partir de la octava, nos secábamos las lágrimas con el filo del pulgar. Señores Curro emociona hasta ese nivel, llorar es de mujeres y de hombres por igual y cuando la belleza te puede y te embarga las lágrimas afloran y riegan los tendidos. Se lo llevó en un baile de salón, hombre y toro, toro y hombre: todo en uno, hasta la misma boca del riego, al centro del platillo y allí nos dio una de las tantas estocadas que esa tarde íbamos a recibir: le regaló a la nobleza del toro, a la belleza y al arte de Cúchares la más deliciosa media verónica que este corazón recuerde. El toro no dio para más, se rajó y Curro que no está para ciertas labores lo finiquitó rápido.

Solo el primer trincherazo que le propinó al principio de la faena de muleta fue un poema de Lorca. Llegó el segundo. La montera colocada como solo él sabe, despacio, abrió el capote y otra vez las lágrimas, el filo del pulgar y otra media de escándalo. Curro pidió el cambio en la segunda vara, no quería cerrar el tarro de las esencias, al segundo par de banderillas le pidió al presidente que no le pusieran el tercero y como el morlaco tenía cuatro palitroques clavados, como manda el reglamento, el presidente le concedió el cambio. Curro coge la muleta y el delirio. El murmullo de la plaza se extinguió, el silencio de Sevilla es mucho silencio y pesa como una losa. A la derecha, planchada, cuatro pases con la rodilla sin tocar la arena, pases de castigo para el burel, para nosotros gloria bendita, lentos, con aire, con cuajo. Se perfiló Curro con la derecha, cuatro pases de dulzura y puestos con hombría y torería, ¡el arte no se le supone, se le reconoce! trinchera desmayada para rematar al toro y al respetable que por no molestar ni respiraba.

La zocata fue otro derroche de arte en su esencia sublime, el de pecho de cartel de pitón a rabo. Cuatro adornos con ayudados por alto y un quiriqui de remate: estratosférico. El volapié mató al toro que tendrá su sitio en la gloria por haber sido uno de los protagonistas de haber encumbrado el arte con palabras mayúsculas. Dos apéndices y el delirio. Se apagaba la tarde, el Guadalquivir corría lento llevando consigo parte de ese arte para difundirlo por los siete mares, el día se difuminaba y las estrellas hacían acto de presencia, en una de ellas estará Curro por derecho, el derecho que te da el ser un artista descomunal, único. Así lo viví y así os lo cuento. Desde el tercio de la Monumental de Barcelona, abrazos, Aldo Mariotti

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